jueves, 12 de mayo de 2022

Dos horas en el Purgatorio son más largas que ochenta años de vida en la tierra

 



Un testimonio de la madre Esperanza nos hace ver dos cosas: que la percepción del tiempo en el Purgatorio es mucho más larga que aquí en la tierra y que la Justicia Divina, en la otra vida, es implacable, pues no deja pasar ni la más mínima falta. Esto es lo que le pasó a un santo obispo, que en su vida terrena se había caracterizado por su piedad, por su fe y por su devoción y amor a la Eucaristía.

La Madre Esperanza narra lo siguiente: “El Señor me dijo: “Te voy a mostrar con cuánta gloria el obispo entra al Cielo porque dio la aprobación al primer Santuario del mundo del Amor Misericordioso”. Entonces, el Señor desapareció y llegó el obispo con su cuerpo glorioso y resplandeciente, que indicaba que estaba en el Cielo.

El Obispo le dijo: “Madre Esperanza, el Señor me envió a ti para agradecerte porque me llamaste para dar la aprobación al santuario... El Señor estaba muy contento. Ahora tendré la gloria del Cielo toda la Eternidad, pero debo decirte que yo, antes de ir al Cielo, he sufrido tanto en el Purgatorio”.

La madre respondió: “Excelencia, murió ayer en Roma, ¿por qué me dice que ha sufrido durante mucho tiempo si sólo han pasado dos días?”.

El Obispo le respondió: “Madre Esperanza, el tiempo del más allá no es igual a lo que se vive en la tierra, he sufrido mucho más en estos dos días de purgatorio que en ochenta años de mi vida en la tierra. Y esto porque cuando se muere, el alma se presenta ante Dios y en presencia de Dios el alma se avergüenza del comportamiento que ha tenido en vida descuidando al Señor. Tiene usted que decirle a todos que el más allá existe y que en la tierra lo más importante es Amar al Señor... Todo lo demás no sirve de nada”.

Entonces, no pensemos que tenemos ganado el Cielo, ni mucho menos, por haber hecho alguna que otra obra buena; en vez de eso, pensemos en el día de nuestro Juicio Particular, obremos la misericordia corporal y espiritual, acudamos al Sacramento de la Confesión con frecuencia y abandonémonos en los brazos de la Divina Misericordia.

La Doctrina de la Iglesia Católica acerca del Purgatorio, según el Catecismo


 

III. La purificación final o purgatorio

1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.

1031 La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820; 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador:

«Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, Dialogi 4, 41, 3).

1032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:

«Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? [...] No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos» (San Juan Crisóstomo, In epistulam I ad Corinthios homilia 41, 5).

(https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p123a12_sp.html) 

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