Un testimonio de la madre Esperanza nos hace ver dos cosas: que la percepción del tiempo en el Purgatorio es mucho más larga que aquí en la tierra y que la Justicia Divina, en la otra vida, es implacable, pues no deja pasar ni la más mínima falta. Esto es lo que le pasó a un santo obispo, que en su vida terrena se había caracterizado por su piedad, por su fe y por su devoción y amor a la Eucaristía.
La Madre Esperanza narra lo siguiente: “El Señor me dijo: “Te voy a mostrar con cuánta gloria el obispo entra al Cielo porque dio la aprobación al primer Santuario del mundo del Amor Misericordioso”. Entonces, el Señor desapareció y llegó el obispo con su cuerpo glorioso y resplandeciente, que indicaba que estaba en el Cielo.
El Obispo le dijo: “Madre Esperanza, el Señor me envió a ti para agradecerte porque me llamaste para dar la aprobación al santuario... El Señor estaba muy contento. Ahora tendré la gloria del Cielo toda la Eternidad, pero debo decirte que yo, antes de ir al Cielo, he sufrido tanto en el Purgatorio”.
La madre respondió: “Excelencia, murió ayer en Roma, ¿por qué me dice que ha sufrido durante mucho tiempo si sólo han pasado dos días?”.
El Obispo le respondió: “Madre Esperanza, el tiempo del más allá no es igual a lo que se vive en la tierra, he sufrido mucho más en estos dos días de purgatorio que en ochenta años de mi vida en la tierra. Y esto porque cuando se muere, el alma se presenta ante Dios y en presencia de Dios el alma se avergüenza del comportamiento que ha tenido en vida descuidando al Señor. Tiene usted que decirle a todos que el más allá existe y que en la tierra lo más importante es Amar al Señor... Todo lo demás no sirve de nada”.
Entonces, no pensemos que tenemos ganado el Cielo, ni mucho menos, por haber hecho alguna que otra obra buena; en vez de eso, pensemos en el día de nuestro Juicio Particular, obremos la misericordia corporal y espiritual, acudamos al Sacramento de la Confesión con frecuencia y abandonémonos en los brazos de la Divina Misericordia.