Relatos sobre las
benditas Almas
Primer Relato[1]:
Relatos
sobre las benditas Almas
Primer
Relato[1]:
Refiere
Tomás de Cantimprato que, a un hombre muy virtuoso, pero que, a causa de una
larga y terrible enfermedad, estaba muy deseoso de morir, se le apareció el
Ángel del Señor y le dijo: “Dios ha aceptado tus deseos, elige, entonces: o
pasar tres días en el purgatorio y después ir al cielo, o ir al cielo sin
pasar por el purgatorio, pero sufriendo todavía un año de esa enfermedad en la
tierra”. El hombre entonces comparó los tres días en el Purgatorio con el año
de enfermedad en la tierra y decidió elegir lo primero: fue así que murió y fue
al purgatorio. Todavía no había pasado un día, cuando el ángel se le presentó
de nuevo. Apenas aquella pobre alma lo vio, le dijo: “No es posible, exclama,
que tú seas el Ángel bueno, pues me has engañado así. Me decías que solo
estaría tres días en este lugar, ¡y hace ya tantos años que estoy sufriendo
aquí las más horribles penas!”. El Ángel le contestó: “Tú eres quien te engañas:
todavía no ha pasado un día, tu cuerpo en la tierra está aun por enterrar. Si
prefieres sufrir un año más esta enfermedad, Dios te permite salir del
Purgatorio y volver al mundo”. El alma le contestó: “Sí, Ángel santo, no solo
esta enfermedad durante un año, sino cuantas penas, dolores y males haya en el
mundo sufriré gustoso, antes que padecer una sola hora las penas del
Purgatorio”. Volvió, pues, a la vida y sufrió con admirable alegría un año más
aquella enfermedad, relatando a todos lo terrible que son las penas del
Purgatorio.
Esta
historia del Purgatorio nos enseña, por un lado, que la percepción del tiempo,
en el Purgatorio, es muy distinta a la percepción del tiempo aquí en la tierra:
un segundo en el Purgatorio equivale a tal vez un año entero en la tierra. Por otro
lado, nos enseña que el dolor y la enfermedad, del orden que sean, son tesoros invalorables,
más preciosos que el oro y la plata, porque si se sufren unidos a Cristo en la
cruz y a la Virgen al pie de la cruz, permiten nuestra purificación ya aquí en
la tierra, con lo cual, cuando muramos, no deberemos pasar por el Purgatorio.
Los
siguientes relatos se refieren a personas que en la vida terrena cometieron lo
que llamamos pequeñas faltas o pecados veniales. Dentro de estas historias
reales, está el de unas almas que fueron condenadas a él por haber hablado en
la Iglesia sin necesidad, como una niña de siete años, según refiere Cesáreo;
otras, como la hermana de San Pedro Damiano, por haber escuchado con gusto una
canción profana. Murió Vitalina, noble doncella romana, quien era muy devota de
Santa Mónica y por eso le encomendaba a su hijo Agustín en sus oraciones; a
pesar de esto, se apareció muy triste a San Martín obispo, diciéndole: “Estoy
ardiendo en el Purgatorio por haberme lavado dos o tres veces la cara con
demasiada vanidad”. No está mal lavarse la cara, sino hacerlo con vanidad.
Otra
historia se refiere a un religioso que fue al purgatorio por quedarse al lado
de la estufa más de lo ordinario en tiempo de invierno, también allá fue a
parar San Severino por ciertas negligencias en el rezo divino. Esto se debe a
que, para los religiosos, el Juicio será mucho más severo, según las palabras
de Jesús: “Al que más se le dio, más se le pedirá”. No está mal calentarse al
fuego en invierno, pero sí lo está el hacerlo por puro placer de los sentidos. Otro
caso se refiere a un niño de nueve años, que por no haber devuelto algunas pequeñas
cosas que no le pertenecían, estuvo muchos años en aquel fuego; otro caso, el
de un padre de familia, por haber descuidado la educación en la fe
católica de sus hijos.
Por
estas apariciones, podemos ver que lo que consideramos pecados veniales son
actos de malicia, si bien pequeños, pero que tienen como consecuencia la
disminución de la caridad hacia Dios. Es decir, el pecado venial nos enfría en
el amor a Dios y esta frialdad debe ser purificada en el Purgatorio.
Cuarto Relato:
Refieren varios autores
que estando un religioso carmelita descalzo en oración, se le apareció un
difunto con semblante muy triste y todo el cuerpo rodeado de llamas. “¿Quién
eres tú? ¿Qué es lo que quieres?, pregunto el religioso.- Soy, respondió, el
pintor que murió días pasados, y deje cuanto había ganado para obras piadosas.
-¿Y cómo padeces tanto, habiendo llevado una vida tan ejemplar?, volvió a
decirle al religioso.-¡Ay!, contesto el difunto, en el tribunal del supremo
Juez se levantaron contra mi muchas almas, unas que padecían terribles penas en
el purgatorio, y otras que ardían en el infierno, a causa de una pintura
obscena que hice a instancias de un caballero.
Por fortuna mía se presentaron también muchos santos, cuyas imágenes
pinte, y dijeron para defenderme que había hecho aquella pintura inmodesta en
la juventud, que después me había arrepentido y cooperado a la salvación de
muchas almas, pintando imágenes de Santos, y por último que había empleado lo
que había ganado a fuerza de muchos sudores, en limosnas y obras de piedad.
Oyendo el Juez soberano
estas disculpas, y viendo que los santos interponían sus meritos, me perdono
las penas del infierno pero me condeno a estar en el purgatorio mientras dure
aquella pintura.
Avisa pues, al caballero
N.N. que la eche al fuego, y ¡ay! de él si no lo hace. Y en prueba de que es
verdad lo que te digo, sepa que dentro de poco tiempo morirán dos de sus hijos.
Creyó, en efecto, el caballero la visión y arrojo al fuego la imagen
escandalosa. Antes de los dos meses se le murieron los dos hijos, y el reparo
con rigurosa penitencia los daños ocasionados a las almas.
Quinto Relato:
Estaba santa Brígida en altísima contemplación, cuando fue llevada en espíritu
al purgatorio. Allí vio, entre otras, a una noble doncella, y holló que se
quejaba amargamente de su madre, por el demasiado que le había tenido: “!AH!
decía, en vez de reprenderme y sujetarme, ella me proporcionaba modas, novios,
me incitaba a ir a los bailes, saraos, teatros, y hasta me engalanaba ella
misma. Es verdad que me enseñaba alguna devociones, pero que gusto podían dar
estas a Dios llendo mezcladas con tanto galanteo y profanidad?. No obstante,
como la misericordia del señor es tan grande, por aquellas devociones que
hacía, Dios me concedió tiempo para confesarme bien y librarme del infierno.
Pero ay!!!, que penas estoy padeciendo, si lo supieran mis amigas!!, que vidas
tan distintas llevarían!!. La cabeza que antes ataviaba con dijes y vanidades
esta ahora ardiendo entre llamas vivísimas, las espaldas y brazos que llevaba
descubiertos los tengo ahora cubiertos y apretados con hierros de fuego
ardentísimo, las piernas y pies, que adornaba para el baile ahora son
atormentados horriblemente, todo mi cuerpo, en otro tiempo tan pulido y
ajustado ahora se halla sumergido en toda clase de tormentos.”
Conto la santa esta visión a una prima de la difunta, muy entregada también a
la vanidad, y esta cambio de vida en términos que, entrando a un convento de
muy rigurosa observancia procuro con rigidísimas penitencias reparar los
desordenes pasados, y auxiliar a su parienta que estaba padeciendo tanto en el
purgatorio.
Sexto Relato:
Había en Bolonia una
viuda noble, que tenía un hijo único muy querido. Estando divirtiéndose un día
con otros jóvenes, paso un forastero y les interrumpió el juego. Reprendiéndole
ásperamente el hijo de la viuda, y resentido el forastero, saco un puñal, se lo
clavo en el pecho y dejándole palpitando en el suelo, echo a huir calle abajo
con el puñal ensangrentado en la mano, y se metió en la primera casa que
encontró abierta.
Allí suplicó a la señora que por amor de Dios le ocultase, y ella, que era
precisamente la madre del joven asesinado, le escondió en efecto. Entre tanto
llego la justicia buscando al asesino, y no hallándole allí, “sin duda, dijo
uno de los que les buscaba, no sabe esta señora que el muerto es su hijo, pues
si lo supiera, ella misma nos entregaría al reo, que indudablemente debe estar
aquí”.
Poco falto, para que
muriese la madre de sentimiento al oír estas palabras. Mas luego, cobrando
animo y conformándose con la voluntad Divina, no solo perdono al que había
matado a su único y tan estimado hijo, sino que le entrego todavía una cantidad
de dinero y el caballo del difunto para que huyese con más prontitud, y después
le adopto como su hijo.
Pero, ¡cuán agradable fue a Dios esta generosa conducta! Pocos días después
estaba la buena señora, haciendo oración, por el alama del difunto,
cuando de pronto se le apareció su hijo, todo resplandeciente y glorioso,
diciéndole: “Enjuagad madre mía, vuestras lagrimas y alegraos, que me he salvado.
Muchos años tenía que estar en el purgatorio, pero vos me habéis sacado de él,
con las virtudes heroicas que practicasteis perdonando y haciendo bien al que
me quito la vida. Más os debo por haberme librado de tan terribles penas, que
por haberme dado a luz. Os doy las gracias por uno y otro favor, ¡adiós, madre
mía, adiós, me voy al cielo donde seré dichoso por toda la eternidad”.
Septimo Relato:
Derrotado por Cayano, el
ejército de Mauricio y hechos prisioneros gran número de soldados, Cayano pidió
al emperador una moneda y no de valor muy subido, por el rescate de cada
prisionero. Mauricio se negó a darla. Cayano pidió entonces una de menos valor,
y habiéndosela también rehusado, exigió por ultimo una ínfima cantidad, la que
no habiendo podido lograr tampoco, irritado el bárbaro, mando cortar la cabeza
a todos los soldados imperiales que tenía en su poder. Mas ¿Qué sucedió?
Pocos días después Mauricio tuvo una espantosa visión. Citado al tribunal de
Dios, veía gran multitud de esclavos que arrastraban pesadas cadenas, y con
horrendos gritos pedían venganza contra el. Oyendo el Juez supremo, tan justas
quejas, se vuelve a Mauricio y le pregunta: “¿Dónde quieres ser más castigado:
en esta o en la otra vida? -¡Ah! Benignísimo Señor, responde el prudente
emperador, prefiero ser castigado en este mundo. Pues bien, dijo el juez, en
pena de tu crueldad con aquellos pobres soldados, cuya vida no quisiste salvar
a tan poco precio, uno de tus soldados te quitara la corona, fama y vida
acabando con toda tu familia”.
En efecto, pocos días después se le insurrecciono el ejército, proclamando a
Focas por emperador. Mauricio fugitivo se embarco en una pequeña nave con
algunos pocos que le seguían, más en vano, furiosas las olas lo arrojan a la
playa, y llegando los partidarios de Focas, le atan a él y a cuantos le seguían
y los llevan a Eutropia, en donde, ¡oh, padre infeliz! Después de haber visto
con sus propios ojos la cruel carnicería que hicieron de cinco hijos suyos, fue
muerto ignominiosamente, y no paso mucho tiempo sin que el resto de su familia
sufriese la misma desgracia.
¡Ah! Cristianos que oís
esto, no son unos pobres soldados, son vuestros propios hermanos y vuestros
propios padres los que han caído prisioneros de la Justicia divina.
Este Dios misericordioso pide por su rescate una muy pequeña moneda, de gran
valor, es verdad, pero muy fácil de dar. “¿Y seréis tan duros que se le
neguéis? ¿Tan insensibles seréis a la felicidad de las ánimas y a vuestros
propios intereses?
Octavo Relato:
Tenía una pobre mujer
napolitana una numerosa familia que mantener, y a su marido en la cárcel,
encerrado por deudas. Reducida a la ultima miseria, presento un memorial un
gran señor, manifestándole su infeliz estado y aflicción, pero con todas las
suplicas no logro más que unas monedas.
Entra desconsolada a una
Iglesia, y encomendándose a Dios, siente una fuerte inspiración de hacer decir
con aquellas monedas una Misa por las Ánimas, y pone toda su confianza en Dios,
único consuelo de los afligidos. ¡Caso extraño! Oída la Misa, se volvía a casa,
cuando encuentra a un venerable anciano, que llegándose a ella le dice: “¿Qué
tenéis, mujer? ¿Qué os sucede?” La pobre le explico sus trabajos y miserias. El
anciano consolándola le entrega una carta, diciéndole que la lleve al mismo
señor que le ha dado las monedas. Este abre la carta, y ¿Cuál no es su sorpresa
cuando ve la letra y firma de su amantísimo padre ya difunto? ¿Quién os ha dado
esta carta?
-No lo conozco, respondió la mujer, pero era un anciano muy parecido a aquel
retrato, solo que tenía la cara más alegre. Lee de nuevo la carta, y observa
que le dicen: “Hijo mío muy querido, tu padre ha pasado del purgatorio al cielo
por medio de la Misa que ha mandado celebrar esa pobre mujer. Con todas veras
la encomiendo a tu piedad y agradecimiento, dale una buena paga, porque está en
grave necesidad”.
El caballero, después de haber leído y besado muchas veces la carta, regándola
con copiosas lagrimas de ternura: “Vos, dice a la afligida mujer, vos con al
limosna que os hice, habéis labrado la felicidad de mi estimado padre, yo ahora
hare la vuestra, la de vuestro marido y familia”.
En efecto, pago las deudas, saco al marido de la cárcel, y tuvieron siempre de
allí en adelante cuanto necesitaban y con mucha abundancia. Así recompensa
Dios, aun en este mundo, q los devotos de las benditas Animas.
Noveno Relato:
Cómo, diciendo misa el
hermano Juan de Alverna el día de Difuntos,vio que muchas almas eran liberadas
del purgatorio.
Celebraba
una vez la misa el hermano Juan el día siguiente a la fiesta de Todos los
Santos por todas las almas de los difuntos, como lo tiene dispuesto la Iglesia,
y ofreció con tanto afecto de caridad y con tal piedad de compasión este
altísimo sacramento, el mayor bien que se puede hacer a las almas de los
difuntos por razón de su eficacia, que le parecía derretirse del todo con la
dulzura de la piedad y de la caridad fraterna.
Al alzar devotamente el
cuerpo de Cristo y ofrecerlo a Dios Padre, rogándole que, por amor de su
bendito Hijo Jesucristo, puesto en cruz por el rescate de las almas, tuviese a
bien liberar de las penas del purgatorio a las almas de los difuntos creadas y
rescatadas por Él, en aquel momento vio salir del purgatorio un número casi
infinito de almas, como chispas innumerables que salieran de un horno
encendido, y las vio subir al cielo por los méritos de la pasión de Cristo, el
cual es ofrecido cada día por los vivos y por los difuntos en esa sacratísima
hostia, digna de ser adorada por los siglos de los siglos. Amén.
Decimo Relato:
Cómo, por los méritos de fray Gil,fue librada del purgatorio el alma de un
fraile Predicador, amigo suyo.
Estaba ya fray Gil con la
enfermedad de la que a pocos días murió, y enfermó también de muerte un fraile
dominico. Otro religioso amigo de éste, viéndole próximo a morir, díjole:
-- Hermano mío, si te lo
permitiese el Señor, quisiera que después de tu muerte vinieses a decirme en
qué estado te encuentras.
El enfermo prometió
complacerle, caso de que le fuese posible.
Ambos enfermos murieron
el mismo día, y el de la Orden de Predicadores se apareció a su hermano
superviviente, y le dijo:
-- Voluntad es de Dios
que te cumpla la promesa.
-- ¿Qué es de ti? -le
preguntó el fraile.
-- Estoy bien -respondió
el muerto-, porque aquel mismo día murió un santo fraile Menor, llamado fray
Gil, al cual, por su grande santidad, concedió Jesucristo que llevase al cielo
todas las almas que había en el purgatorio. Con ellas estaba yo en grandes
tormentos, y por los méritos del santo fray Gil me veo libre.
Dicho esto, desapareció,
y el fraile que tuvo esta visión no la reveló a nadie; pero ya enfermo,
temeroso del castigo de Dios por no haber manifestado la virtud y gloria de
fray Gil, hizo llamar a los frailes Menores. Se presentaron diez, y, reunidos
con los frailes Predicadores, reveló el enfermo devotamente la visión ya
referida. Investigaron con diligencia, y supieron que los dos habían muerto en
un mismo día.
En alabanza de Jesucristo
y del pobrecillo Francisco. Amén.
Decimo Primer Relato:
Santa Gertrudis, aquella
esposa tan regalada del Señor, había hecho donación de todos sus meritos y
obras buenas a las pobres Animas del purgatorio, y para que los sufragios
tuviesen más eficacia y fuesen más adeptos a Dios, suplicaba a su Divino Esposo
le manifestase porque alma quería que satisfaciese. Se lo otorgaba su Divina
Majestad, y la santa multiplicaba, oraciones, ayunos, cilicios, disciplinas y
otras penitencias, hasta que aquella alma hubiese salido del purgatorio. Sacada
una, pedía al Señor le señalara otra, y así logro liberar a muchas de aquel
horrible fuego.
Siendo ya la santa de
edad avanzada, le sobrevino una fuerte tentación del enemigo que le decía:
“¡Infeliz de ti! ¡Todo lo has aplicado a las Animas del Purgatorio, y nos
satisfecho todavía por tus pecados! Cuando mueras, ¡que penas y tormentos te
esperan!” No dejaba de acongojarla este pensamiento, cuando se le apareció
Cristo Señor Nuestro, y la consoló diciendo: “Gertrudis, hija mía muy amada, no
temas, los sufragios que tu ofreciste a las Animas del Purgatorio, me fueron
muy agradables, tu no perdiste nada, pues en recompensa no solo te perdono las
penas que allí habías de padecer, sino que aun aumentare tu gloria de muchísimos
grados. ¿No había prometido yo dar el ciento por uno, pagando a mis fieles
servidores con medida buena, abundante y apretada? Pues mira, yo hare que todas
las almas libertadas con tus oraciones y penitencias te salgan a recibir
con muchos Ángeles a la hora de la muerte, y que, acompañada de este numeroso y
brillante cortejo de bienaventurados, entres en el triunfo de la gloria”.
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