viernes, 16 de septiembre de 2022

El Padre Pío y las Benditas Almas del Purgatorio


 

El Padre Pío y las Benditas Almas del Purgatorio

Una noche de invierno, Padre Pío estaba junto a la chimenea rezando, absorto en la oración, y de repente vio a un hombre anciano sentado a su lado, ataviado con una capa antigua y rota. Se quedó pensando por dónde habría entrado ese hombre, ya que todas las puertas del convento estaban cerradas a esa hora. Entonces, le preguntó:

– “¿Quién eres?, ¿qué quieres?”

– “Padre, soy Pietro Di Mauro, hijo de Nicolás, apodado `precoco´. Morí en este convento el 18 de septiembre de 1908, en la celda número 4. En aquel entonces esto era un asilo para personas pobres. Una noche, mientras estaba en la cama, me quedé dormido con un cigarro encendido. El colchón ardió y yo me asfixié y me quemé. Todavía estoy en el purgatorio y necesito una Santa Misa para poder salir de aquí. Dios ha permitido que venga a pedirle ayuda.”

Padre Pío, entonces, consoló a esta alma haciéndole saber que celebraría la Misa por su liberación al día siguiente. Y así lo hizo.

A los pocos días contó esta historia al padre Paulino y los dos decidieron comprobar si este hombre había existido realmente en la ciudad. Efectivamente, las estadísticas del pueblo recogían la historia de un hombre muerto por asfixia en un incendio, producido en el asilo para pobres que estaba donde ahora se encontraba el convento de San Giovanni Rotondo. Con la Santa Misa, esta Bendita Alma del Purgatorio quedó liberada y fue al Cielo; esto nos demuestra el poder de la Sangre de Cristo, derramada en el Cáliz en cada Santa Misa, para liberar a las Almas del Purgatorio y nos da la razón para que siempre ofrezcamos Misas por las Almas del Purgatorio, sobre todo las más necesitadas.

En otra ocasión, Padre Pío se encontraba en el coro de la iglesia rezando y empezó a oír unos sonidos extraños. Escuchó pasos, y parecía que había alguien limpiando los candelabros de la iglesia y moviendo los jarrones del altar. Entonces gritó: “¿Quién anda ahí?”, pero nadie contestó. Volvió de nuevo a la oración, y a los pocos minutos oyó otra vez el ruido. Entonces se acercó al altar y se encontró con un fraile desempolvando los objetos que allí estaban. Pensó que quizá era el padre Leone y le dijo: “Padre Leone, es hora de cenar, no de limpiar el altar”.

– “Yo no soy el padre Leone, le contestó el fraile”

–  “Entonces, ¿quién eres?, le preguntó Padre Pío.

–  “Soy un fraile que hizo el noviciado aquí, y durante ese año mi misión era limpiar el altar y ordenarlo todo en este lugar. En todo ese noviciado no reverencié a Jesús Sacramentado como debería haberlo hecho, mientras pasaba por delante del altar. Por ese serio descuido todavía estoy en el Purgatorio. Ahora, Dios me ha enviado aquí para que usted decida el tiempo que aún debo permanecer en este lugar”.

Padre Pío, que quiso ser generoso con esa alma, le contestó: “Mañana por la mañana, cuando celebre la Santa Misa, estarás en el Paraíso”. El alma de ese fraile desapareció llorando.

Padre Pío, después de unos minutos, lloró también. “Qué cruel he sido -pensó-, podría haber enviado a esta alma al Paraíso esta misma noche, sin embargo, la he condenado a vivir en el purgatorio una noche más”. Esta experiencia del Padre Pío nos enseña dos cosas: una, que no debemos dejar para mañana lo que podemos hacer hoy y si hoy podemos ofrecer una Misa por las Almas del Purgatorio o si hoy podemos rezar el Rosario por las Almas del Purgatorio, no debemos postergar esa obra de misericordia para el próximo día; la segunda enseñanza es que las Almas en el Purgatorio sufren y sufren mucho, aunque con esperanza y si nosotros postergamos nuestras oraciones, lo que hacemos es postergar su sufrimiento, cuando podemos aliviarlos.

 


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